Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

domingo, 17 de marzo de 2013

La delgada línea entre realidad y ficción

A veces se debate sobre qué se vende o qué interesa más, la ficción o la no ficción. Casi todo el mundo estará de acuerdo en que la ficción vende más, y por tanto interesa más. Algunos llegan a decir que escribir sobre cosas que han ocurrido en la vida real no requiere creación literaria, y por eso ya pierde aliciente. La mayoría de lectores quieren leer una historia que les atrape, les evada de su propia realidad y que contenga calidad literaria. Según esto, muchas veces me he preguntado qué es más fácil escribir, ficción o no ficción. Los detractores de la no ficción dirán una vez más que la ficción es más difícil, porque requiere imaginación, mientras que en la no ficción no tienes que inventarte nada, simplemente narrar los hechos tal como sucedieron. O sea, que las novelas son lo que más mérito tienen.

Si es verdad que la mayoría de gente quiere que le cuenten historias que nunca ocurrieron en realidad, ¿por qué impresionan tanto esas palabras al principio de una novela o al final de una película: «basado en una historia real»? Pues porque interesan, claro que interesan. Hay algo mágico en saber que una historia asombrosa ocurrió de verdad. ¿Y si no por qué a todos los escritores se les pregunta siempre qué hay de biográfico en sus novelas? Muchos contestan que nada, pero otros hacen justo lo contrario y se meten en su propia novela, como un personaje más, para decir al lector que la increíble historia que le va a contar se la contó a él o ella el mismísimo protagonista. Muchos lectores caen en la trampa de creer ese recurso literario y se meten en la historia convencidos de que es real. A mí me ha pasado varias veces, por ejemplo, con Memorias de una Geisha y La vida de Pi. En esta última, que leí hace años cuando se publicó la versión original en inglés y que ahora se ha hecho más popular gracias a la película, el autor no incluye el consabido «esto es una obra de ficción y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia», así que yo me lo creí todo. La recomendé a diestro y siniestro, con el entusiasmo que suelo emplear siempre que me gusta mucho un libro, y a todos les decía: ¡y es real! Hasta que un amigo me dio unas palmaditas en la espalda y me dijo que no, que no podía ser verdad. Me sentí como cuando a los ocho años mi hermano me dijo que los Reyes Magos son los padres. Solo entonces se me ocurrió echarle un vistazo a la contraportada del libro hasta encontrar la palabra fiction. Con las memorias de la Geisha me llevé una decepción similar; es una novela en toda regla, de memorias nada.

Pero ni Yann Martel ni Arthur Golden, autores de estas novelas, se metieron en líos, porque aunque fuera en pequeñito, vendieron sus libros como lo que son, novelas. Los autores que sí se meten en problemas son los osados que publican autobiografías y se inventan hechos que tienen repercusiones en terceras personas. Por experiencia sé que a la hora de escribir no ficción la tentación de inventar hechos para hacer la historia más interesante o atractiva es muy difícil de resistir. Son muchos los que se dejan llevar por la convicción de que esto podría perfectamente haber pasado o él habría actuado exactamente de esta manera, así que... ¡lo pongo! Inventarse algo en una biografía es una gran temeridad, y el autor puede dar por seguro que va a enfurecer a las personas implicadas en esa mentira, sobre todo si se trata de un gran colectivo. Aun cuando se trate de algo verdadero, es fácil que los implicados en la historia se enfaden si se les menciona sin su previo consentimiento.

Algo así me pasó hace unos días cuando se me ocurrió que en el segundo libro de viajes que estoy escribiendo sería interesante incluir un episodio de la vida de mi suegra y sus padres, que fueron refugiados políticos después de la Segunda Guerra Mundial. Es una historia que yo oí después de hacer el viaje, pero quedaba bien como anécdota en la parte donde hablo de mi visita al campo de concentración de Dachau. Después de escribirla y estar satisfecha con el resultado telefoneé a mi suegra para consultarle un par de datos que no recordaba a pesar de haber oído el relato muchas veces. Me tuvo más de una hora al teléfono, pero al final todo mi gozo cayó en un pozo con estas palabras: «No queremos que nada de esto salga jamás publicado, tiene que quedar en familia; fue demasiado doloroso». Tengo que confesar que estuve tentada de ignorar sus palabras, suponiendo que ella nunca leerá mi libro porque lo estoy escribiendo en castellano y nunca lo traduciré al inglés... pero al final mi sentido de la lealtad me pudo. Y lo borré todo, claro, ¡con lo bien que había quedado!

Quizás Marlo Morgan pensó lo mismo que yo, que ningún australiano leería su libro autopublicado en 1990, Las voces del desierto, en el que narra su propio viaje, el de una estadounidense blanca de mediana edad con una tribu aborigen por el continente australiano. A través de ella, los aborígenes intentan enviar un mensaje al mundo occidental con el objetivo de que no destruyan el planeta y modifiquen su modo de vida, tan materialista y alejado de la espiritualidad y la naturaleza. Durante su iniciación, la mujer es testigo de curaciones rituales mediante el canto y la música, y otros actos bastante inverosímiles, que ella, sin embargo, aseguró que ocurrieron de verdad. El libro obtuvo un gran éxito en Estados Unidos y después de vender unos 250.000 ejemplares, Morgan vendió los derechos a una de las grandes editoriales americanas, que lo convirtió en un súper ventas en casi todo el mundo. Ella dio conferencias en Estados Unidos, Europa y Japón sobre sus experiencias sobrenaturales con los aborígenes, que todo el mundo creyó.

Bueno, todo el mundo no. En Australia la «autobiografía» no solo no tuvo éxito, sino que hizo daño, mucho daño. Por lo visto, la autora aprovechó el boom del movimiento New Age en Estados Unidos a finales de los años 90 para inventarse a ese grupo de aborígenes que poco tienen que ver con la verdadera cultura australiana, que ella desconocía totalmente. Porque resulta que no existe indicio alguno de que esta señora se diera ningún paseo por Australia a no ser que fuera con un tour-operador, ni de la existencia de la tribu de la que habla. Se lo inventó todo y tuvo la desvergüenza de decirle al mundo entero que era verdad. A principios de 1996 un grupo de ocho aborígenes subvencionados por el gobierno australiano viajaron a Estados Unidos para defender su cultura y religión, enfrentándose a Morgan y consiguiendo abortar la producción de la película de Hollywood. Solo entonces ella admitió que había hecho uso de «licencia literaria» y pidió perdón públicamente en un programa de radio que solo se transmitió aquí, en Australia. En el resto del mundo todavía hay mucha gente que no se ha enterado de que es una novela. Sin ir más lejos, en Amazon España aparece en la categoría de literatura de viajes, aquí.

En Australia hubo un gran escándalo por algo parecido en 2004. Un año antes Norma Khouri publicó su autobiografía Forbidden Love (en castellano sería Amor prohibido, pero creo que no llegó a traducirse), en la que hablaba de su amistad en Jordania con una chica a la que su padre apuñaló doce veces hasta matarla por haberse enamorado de un cristiano, cometiendo lo que se conoce como un crimen de honor. Khouri huyó de Jordania y escribió su libro en cafés-internet de Atenas, antes de llegar a Australia, donde consiguió un visado de residencia temporal gracias al apoyo de su editorial, Random House. Apareció en televisión en Estados Unidos y Australia, recorrió el mundo promocionando su libro, hizo saltar lágrimas de emoción y rabia a miles de personas que la escucharon y leyeron, y se convirtió en una abanderada de las mujeres árabes oprimidas por el sistema patriarcal de Jordania; además, inició una tendencia de libros similares. Y mientras, vivió escondida en Australia, temiendo por su vida. Al año siguiente, Malcolm Knox, un periodista y escritor de Sídney desveló en este artículo que todo en el libro de Khouri era mentira. De hecho, toda la vida de Khouri resultó ser un fraude. Ella siguió negando la evidencia de haberse criado desde los tres años en Estados Unidos y haberse casado allí y tener dos hijos. El libro se retiró inmediatamente de la venta y su autora abandonó Australia antes de que el servicio de inmigración australiano tuviera tiempo de deportarla. De Khouri, a la que se ha acusado de otros fraudes aparte del literario, se ha dicho que es una sociópata, incapaz de discernir entre la sarta de mentiras que ella misma se cree y la realidad.

Con todo esto quiero decir que las biografías sí venden, y además están en auge, al menos en lengua inglesa, pero son mucho más difíciles de escribir que las novelas, porque todo el que escribe está creando algo y aunque esté basado en hechos reales, la imaginación siempre quiere colarse en el proceso. Creo que por eso la mayoría de escritores escogen escribir novelas con un trasfondo histórico o real, porque quieren que sea verosímil, pero en caso de que alguien les eche en cara que eso no es así, ellos se lavan las manos y dicen: fue producto de esa señora tan liante: la Imaginación. Por eso he decidido que después de este libro de viajes voy a escribir una novela, a pesar de que a mí personalmente me gusta más leer biografías que novelas, y más novelas basadas en hechos reales que las que no lo son. Además, creo que para escribir una novela tardaré como mucho la mitad de tiempo de lo que me está llevando este segundo libro de viajes.